La cartonera que quiere banca
Tiene 55 años y fue empleada del gobierno porteño hasta que, en los noventa, se quedó sin trabajo. Vivió en una casa tomada y ahora dirige la cooperativa El Ceibo.
Si estuviese guionada, podría ser una escena de la campaña electoral de alguno de los candidatos que más invierte en su estrategia para mejorar sus chances hacia el 28 de junio. Pero la imagen de la candidata a diputada nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires del partido Iniciativa Verde, María Cristina Lescano, junto a un carro de cartonero no es parte de ninguna estrategia. Es el resumen de la vida de una mujer que pasó de juntar desechos a administrar la cooperativa de recuperadores de residuos El Ceibo. Y aspira a ocupar una banca en el Congreso de la Nación.
Si la calle fuera el escenario de su campaña, la candidatura de Lescano llevaría veinte años gestándose. En 1989 perdió el trabajo como empleada de la Contaduría del Concejo Deliberante de la Ciudad y en menos de un mes se quedó en la calle. Desde esa experiencia habla. Sabe qué significa meter la mano en la basura sin saber qué puede haber adentro. Esa mochila es la que quiere descargar en la Cámara baja para enfrentar a los “otros” políticos, a quienes define como “payasos que se pone a hablar de cosas que no saben ni sienten, y que ni siquiera hablan con la gente como para saber qué es lo que quiere”.
Esta mujer de 55 años que hasta hace tres vivió en una casa tomada, asegura que en el Congreso podría hacer la diferencia porque conoce las precariedades de la vida. Se imagina compitiendo con Alfonso Prat-Gay o con un Carlos Heller desde el lugar de una mujer que tocó fondo y supo salir. “Yo conozco bien la pobreza, sé lo que es vivir mal, sé lo que es la contaminación, lo que es no tener agua. Quizá no pueda explicarlo con los términos técnicos que pueden usar ellos (se refiere a los políticos tradicionales), pero lo he vivido”, dice, llena de orgullo.
Cuando perdió el trabajo hace veinte años, el mundo se le vino abajo. Ocupó una casa. Y al mes salió a revolver la basura; tenía tres hijos que mantener. “Los primeros tiempos fueron durísimos. No teníamos carros, salíamos con changuitos. Lo hacía de noche. Salía a la calle con gorro y bufanda por la vergüenza”, cuenta. Su narración cobra un ánimo triunfalista cuando destaca que, a pesar de todo, sus hijos siempre estudiaron y que incluso el más chico de los tres, de 22 años, terminó el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires y hoy estudia bellas artes.
En más de una ocasión se enfrentó con la policía. Es que el intendente de facto de la ciudad durante la dictadura, Osvaldo Cacciatore, había impulsado una ley que prohibía el cirujeo. Pero, lejos de abandonar esa actividad, Lescano se volvió una experta.
“En el ’97 formamos un grupo que empezó a pensar en dejar de revolver la basura porque nos consideraban ladrones. Nos dimos cuenta de que la basura era de quien la generaba, ni del Estado ni de las empresas. Les apuntamos a los vecinos, fuimos conociendo el tema legal y empezamos a hablar de la necesidad de separar los residuos en su origen”, detalla.
El cambio le dio resultado. En 2001 se convirtió en una de las armadoras de la cooperativa El Ceibo con la que concientizó a los vecinos de la ciudad y desde allí apunta hoy a llegar –contra todos los pronósticos y encuestas– a una banca en el Congreso de la Nación.
–¿Se imagina un día en el Congreso, discutiendo proyectos?, le preguntó este diario a Lescano.
–No, me cuesta imaginarlo. Pero lo que me duele y me da un poco de cosa es que todo el mundo me habla de la corrupción que hay ahí y yo me pregunto: “¿Será tan así, que el que entra ahí no se quiere ir nunca más?”. Me fascina la posibilidad de comprobar si todo es tan corrupto, si todo eso es así como dicen.
Si la calle fuera el escenario de su campaña, la candidatura de Lescano llevaría veinte años gestándose. En 1989 perdió el trabajo como empleada de la Contaduría del Concejo Deliberante de la Ciudad y en menos de un mes se quedó en la calle. Desde esa experiencia habla. Sabe qué significa meter la mano en la basura sin saber qué puede haber adentro. Esa mochila es la que quiere descargar en la Cámara baja para enfrentar a los “otros” políticos, a quienes define como “payasos que se pone a hablar de cosas que no saben ni sienten, y que ni siquiera hablan con la gente como para saber qué es lo que quiere”.
Esta mujer de 55 años que hasta hace tres vivió en una casa tomada, asegura que en el Congreso podría hacer la diferencia porque conoce las precariedades de la vida. Se imagina compitiendo con Alfonso Prat-Gay o con un Carlos Heller desde el lugar de una mujer que tocó fondo y supo salir. “Yo conozco bien la pobreza, sé lo que es vivir mal, sé lo que es la contaminación, lo que es no tener agua. Quizá no pueda explicarlo con los términos técnicos que pueden usar ellos (se refiere a los políticos tradicionales), pero lo he vivido”, dice, llena de orgullo.
Cuando perdió el trabajo hace veinte años, el mundo se le vino abajo. Ocupó una casa. Y al mes salió a revolver la basura; tenía tres hijos que mantener. “Los primeros tiempos fueron durísimos. No teníamos carros, salíamos con changuitos. Lo hacía de noche. Salía a la calle con gorro y bufanda por la vergüenza”, cuenta. Su narración cobra un ánimo triunfalista cuando destaca que, a pesar de todo, sus hijos siempre estudiaron y que incluso el más chico de los tres, de 22 años, terminó el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires y hoy estudia bellas artes.
En más de una ocasión se enfrentó con la policía. Es que el intendente de facto de la ciudad durante la dictadura, Osvaldo Cacciatore, había impulsado una ley que prohibía el cirujeo. Pero, lejos de abandonar esa actividad, Lescano se volvió una experta.
“En el ’97 formamos un grupo que empezó a pensar en dejar de revolver la basura porque nos consideraban ladrones. Nos dimos cuenta de que la basura era de quien la generaba, ni del Estado ni de las empresas. Les apuntamos a los vecinos, fuimos conociendo el tema legal y empezamos a hablar de la necesidad de separar los residuos en su origen”, detalla.
El cambio le dio resultado. En 2001 se convirtió en una de las armadoras de la cooperativa El Ceibo con la que concientizó a los vecinos de la ciudad y desde allí apunta hoy a llegar –contra todos los pronósticos y encuestas– a una banca en el Congreso de la Nación.
–¿Se imagina un día en el Congreso, discutiendo proyectos?, le preguntó este diario a Lescano.
–No, me cuesta imaginarlo. Pero lo que me duele y me da un poco de cosa es que todo el mundo me habla de la corrupción que hay ahí y yo me pregunto: “¿Será tan así, que el que entra ahí no se quiere ir nunca más?”. Me fascina la posibilidad de comprobar si todo es tan corrupto, si todo eso es así como dicen.
Fuente: Crítica Digital
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