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CIELO Y TIERRA - ¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

Vivir con la verdad

Dr. Oscar R. Puiggros - Académico del Instituto Jacques Maritain Buenos Aires
Para LA NACION

04 de mayo de 2009 - Edición impresa

Hace poco, alguien me preguntó por una palabra que pudiera sintetizar el comportamiento, la nota sobresaliente, de quienes hoy ejercen el poder político en la Argentina. Vacilé un momento, pero contesté: la mentira.

La verdad y la mentira las descubren los niños desde sus primeras experiencias. "Comé la sopa, que está fría." "Mamá, me quemé... ¡me dijiste una mentira!" La mentira golpea antes que la verdad, que requiere mayor elaboración. La mentira conmueve más y genera un rechazo que se va incorporando a la conciencia de cada uno. Siempre deja un saldo negativo, opuesto al prestigio y la eficacia de la verdad.

¿Y qué es la verdad? Hace dos mil años, Pilatos hizo esa pregunta y no esperó la respuesta. Se lavó las manos, temeroso de quedar bañado por la sangre del justo, desde ya condenado. Han pasado siglos desde aquellos conmovedores acontecimientos, y muchos son los que desde entonces también se lavaron las manos para no asumir su parte en los abrumadores procesos de retroceso moral y envilecimiento.

Hoy asistimos a una situación política, económica y, principalmente, ética de difícil análisis y fijación de prioridades. Es complicadísima la elección del camino de recuperación y de conductores confiables. Elocuentes antecedentes muestran la importancia fundamental que tiene la calidad personal, el carácter, el autodominio de los que ejercen el poder, así como también los descalifican las desmesuras en su gestión, la hipócrita exhibición de propósitos generosos cuando es ostensible su voracidad por dominar, su desinterés por asociar la ética con la política, sin reparar en los medios ni en el cumplimiento del Estado de Derecho, que siempre termina -recuérdenlo- aplicando justa condena a sus "ingenuos" violadores.

Aquí y ahora vemos, pues, un comportamiento que nos muestra cómo cambian a los hombres fortuna, poder y tiempo. Hubo jóvenes universitarios que soñaban con ideales de justicia, honorable conducta, paz y libertad y que no excluían los diálogos esclarecedores para llegar a una sociedad feliz y equilibrada. Es ésta una descripción que quizá para algunos sea demasiado benévola y generalizada de esa juventud colmada de ilusiones, más fanáticas que románticas, sobre los "beneficios" de la atractiva "revolución igualitaria". Pero ellos nunca lograron comprender las lecciones de la historia actual, que llevó a lúcidos gobernantes vecinos a un pragmatismo menos ideologizado, que por eso resulta desilusionante para algunos de aquellos jóvenes inexpertos e incorregibles.

En estas nuevas realidades, aparecen imprevistas tentaciones, en los "soñadores" de antaño, que suelen acompañar al poder y sus beneficios y que seguramente sentirán en su intimidad nostalgia de aquellos viejos tiempos, y es en ese ambiente de íntima soledad y de forzosa aceptación de la verdad donde aparecen las culpas que el subconsciente rechaza -pero no controla-, la dura presencia de la hipocresía, que esconde los ideales y valores que ayer alimentaban la política. Hoy la realidad obliga a reconocer su ausencia y a recurrir a la confrontación y la violencia.

La mentira extendida a todas las áreas nos ha convertido en un país de ficción. En el exterior, nadie nos comprende: ubicación geográfica y naturaleza privilegiadas, nivel intelectual medio para arriba, imaginación, casi un siglo de crecimiento sostenido, grupos intelectuales sobresalientes, clima templado y sin obstáculos reales que hagan difícil el desarrollo y la prosperidad... En verdad, sólo con trabajo y orden, lo demás vendría por añadidura. En términos comparativos, somos un país en óptimas condiciones para la felicidad y el progreso de sus habitantes. Sorprende el deterioro ético, político y económico que en estos días deja a la vista la debilitada personalidad de los que se inclinan, obedientes o sometidos, por temor a los encumbrados del poder, sostenidos por el temerario abuso de parentescos privilegiados.

La mentira acaba de ser desvergonzadamente oficializada, cuando se "invitó" a dar un temerario "testimonio" a funcionarios y legisladores que traicionarán la expresa voluntad de los electores que en su momento los llevaron a los cargos que hoy ocupan.

Estas inquietantes reflexiones surgen de la desvalorización de la verdad, virtud hoy impostergable para atender los temas críticos de la sociedad argentina respecto de los cuales (algunos más que otros) hemos sido negligentes o superficiales, o dejamos de hacer, o fuimos sólo espectadores críticos sin creatividad ni compromiso.

Ya las fantasías actuales en el Gobierno van más allá de que existen presuntos prejuicios de sus opositores para descalificarlo. Las cifras elementales, tanto las que afectan la economía cuanto el desempleo, la pobreza y la miseria, el crecimiento de las villas, ya permanentes y no de emergencia, la alarmante presencia del Chagas, más tuberculosis, el dengue, la disminución de los días de clases, el descontrol de la disciplina y la insuficiente preparación docente, la inseguridad colectiva, el abrumador crecimiento de la drogadicción y de las armas clandestinas, el resultado negativo en el área fiscal, el irreflexivo, precipitado, enfrentamiento con el campo y la industria agropecuaria y los innumerables desaciertos que se expresan, con cursilería intelectual, como positivos resultados del "modelo" resultan el disfraz de un anodino programa de gobierno ya convertido en escarnio para el pueblo, que esperaba auténtica justicia social y tiene hoy sólo un simulacro.

La historia del último siglo ha dejado trágicas experiencias de todas las ideologías extremas llevadas al ámbito político en el ejercicio del poder. Los reaccionarios y los populistas -equívoca expresión- están en creciente debilidad y los que aún quedan se dividen entre los -esperemos- definitivamente rechazados y los que han empezado un proceso de transformación. El nazismo, la Rusia soviética, el fascismo italiano y algunos herederos, la inmensa China, con sorprendentes logros económicos, pero todavía lejos de una auténtica democracia... En nuestra América, diversos proyectos de ideologías autoritarias siempre culminan en personalismos absolutos, civiles o militares: Cuba, Chile, Perú, Venezuela y tantos otros ejemplos nos llevan a necesitar un prudente equilibrio y a tomar nota de los trágicos espectáculos de pueblos más miserables que pobres, no recuperados por regímenes declamatorios, emotivos y totalmente ineficaces.

Estas reflexiones no tienen validez solamente sobre quienes hoy nos gobiernan: también se extienden a otros ámbitos que expresan juicios irreflexivos frente a los adversarios que monopolizan el poder y ofrecen infinidad de puntos vulnerables, que sería más positivo contrarrestar con alternativas viables y fortaleciendo los valores hoy ausentes.

Todos necesitamos un auténtico examen de conciencia y autocrítica. No son momentos para la política de siempre: hay nuevas condiciones sociales y desafíos que nos muestran que la democracia -el menos malo de los sistemas que protagoniza el hombre- no es el resultado del desarrollo económico, sino de la educación política y de las bases morales y jurídicas que la legitiman y la sostienen. Es doloroso ver cómo hablar de virtudes y valores es tomado por algunos como piadosas expresiones alejadas de los instrumentos propios de la política.

Hace tiempo que no creo en el enfrentamiento y falso planteo de izquierdas y derechas -nosotros y ellos-; con sus permanentes contradicciones, ambas buscan atenuar su propio desgaste y recurren a "centroizquierda" y "centroderecha", que es una forma de tímida aceptación y reconocimiento de que el centro no maniqueo y exento de anacrónicos fundamentalismos es el modelo que da más garantía de paz, libertad, justicia y desarrollo social.

Esta desenfrenada conducta que comentamos, fruto de una evidente rapacidad del poder, nos va acercando al enfrentamiento social que siempre lleva a una etapa de anarquía y quiebra del orden mínimo indispensable para empezar nuestra recuperación. Ya agobian los cotidianos bloqueos y desafíos.

No cabe duda de que volver a la verdad no deshonra. Por el contrario: gana respeto, recupera confianza, dentro y fuera del gobierno y del país. Es, entonces, oportuno también recordar que la verdad nos hará libres de los dramas pasados que necesitamos superar. Así lograremos el franco diálogo y la paz entre todos los argentinos.

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