Blogia
CIELO Y TIERRA - ¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

El miedo, otra vez entre nosotros

Por Santiago Kovadloff - Domingo 9 de noviembre de 2008 - La Nación

La Argentina se muestra poco menos que inerme ante esta nueva modalidad del terror cuyo rasgo distintivo es la siembra sistemática y generalizada de inseguridad social. No sólo atemoriza y desorienta al ciudadano la multiplicación incontenible de asaltos y asesinatos; lo desorienta también, y más profundamente, el proceder de un gobierno que reniega de la magnitud alcanzada por lo que sucede. Doblemente afectado entonces, por la violencia delictiva y el menosprecio oficial de las causas de su padecimiento, el ciudadano empieza a valerse de la manifestación callejera y colectiva, para hacer oír su desesperación. ¿Ante quién? Ante un oficialismo que redujo las funciones del Estado a los mecanismos que le permiten acumular poder. Por ahora no son sino multitudes que claman y exigen. Sus manos, por el momento, no se alzan más que para protestar. Pero la gente que integra esas multitudes ya bordea el límite de la paciencia. Una paciencia que, a fuerza de saberse burlada, podría muy pronto transformarse en violencia. Y eso sería catastrófico. Con ello, la ley del Talión habría terminado de desplazar del escenario social a la auténtica justicia. Y ya nadie podría distinguir entre víctimas y victimarios.

El terrorismo no se ha extinguido en la Argentina. Sólo han cambiado sus propiciadores y practicantes. Ya no son militares ni guerrilleros que respaldan su proceder en la ideología de una presunta finalidad superior. Ahora son narcotraficantes, secuestradores, criminales y asaltantes sin más. No necesitan justificar la violencia con que actúan. La sociedad, para todos ellos, es un botín. Unos y otros se disputan su saqueo. Pero al igual que sus predecesores en la década de plomo, ellos, en el presente, siembran terror. Fruto de ese terror es la inseguridad que tanto ha cundido. Los terroristas de hoy, al igual que los de ayer, han pervertido nuestra vida cotidiana convirtiéndola en un espacio donde reina lo imprevisible. Nadie está a salvo de la violencia. Nadie descarta que, al salir de su casa, tal vez ya no vuelva a ella. O que, al estar en ella, su paz habitual se transforme en un infierno por obra del delito que, repentinamente, la invade. No haber sido golpeados, robados, extorsionados o baleados empieza a ser, entre nosotros, una casualidad. El miedo vuelve a cundir en la sociedad argentina.

Al restarle trascendencia a lo que ocurre, el Gobierno termina garantizando, aunque no lo quiera, la impunidad de los delincuentes y alentando con ello la proliferación del crimen. Como no admite lo que pasa tampoco se preocupa por concebir un plan que ponga fin a esta situación. La recuperación de las instituciones de la República, hace un cuarto de siglo, no rebasa hoy un tenue orden formal. La negación de la realidad, la corrupción, un caudillismo que nada tiene que envidiar al del siglo XIX, el menoscabo de todo pensamiento que no sea el propio, la jactancia con que se ejerce el desconocimiento de los hechos y la demagogia practicada por el oficialismo hacen de la Argentina, junto con la impotencia de una oposición mezquina y dividida, un país sin rumbo en el mundo contemporáneo. La vida republicana no ha sido todavía lo suficientemente saneada como para que se haya fortalecido el ejercicio de nuestra experiencia democrática. Los violentos de hoy son, en buena medida, un producto siniestro de la marginalidad social. Pero, asimismo, expresión de la irresponsabilidad política de las dirigencias que rehúyen sus obligaciones básicas.

La nuestra se va convirtiendo en una sociedad que ya no está cohesionada por las leyes que articulan la convivencia sino por la inseguridad y la incertidumbre que nos congregan en el desaliento y la desesperación.

0 comentarios