Salir de la trampa
El Gobierno cayó en su propia trampa. Cerró tantas puertas y dinamitó tantos puentes que su gesto amistoso fue leído por el campo como algo bienvenido, pero sin la suficiente fuerza como para remontar la cuesta del maltrato permanente.
El Gobierno cayó en su propia trampa. Cerró tantas puertas y dinamitó tantos puentes que su gesto amistoso fue leído por el campo como algo bienvenido, pero sin la suficiente fuerza como para remontar la cuesta del maltrato permanente.
Las heridas que quedaron en el cuerpo de los productores agropecuarios no se cierran tan fácilmente. Tal vez los políticos en campaña estén acostumbrados a decirse de todo y después, en un abrir y cerrar de ojos, hacer un acuerdo e incluso pasarse al bando contrario. Las bases agropecuarias son inexpertas en este tipo de hipocresías y están vírgenes en este tipo de combates mediáticos. Todavía sienten en el alma el dolor de ser acusados de golpistas –entre otras locuras– y todavía les corre frío por la espalda cuando escuchan las amenazas de mandarles a las rutas a las “patrullas mussolinianas” para hacer justicia por puño propio. No pueden hacer como que no pasó nada de un día para el otro. Necesitan gestos más fuertes. Necesitan ver para creer. El discurso de la Presidenta en Almagro, el miércoles último, fue un muy buen paso en el camino correcto. Pero sólo un paso. Haber frenado las provocaciones por 24 horas y llamar a dialogar sin rencores ni odios sirvió para enviar una señal correcta y para cambiar la lógica del Gobierno que –en este conflicto– no hizo otra cosa que redoblar la apuesta con el objetivo de poner de rodillas a sus adversarios. Fue gigantesco el desierto al que empujaron a miles y miles de argentinos vinculados a la actividad agropecuaria. Las palabras de Cristina Fernández de Kirchner fueron como una lluvia que trae buenos augurios y que gratifica, pero que no alcanza. Hay una desproporción muy grande entre la magnitud y la cantidad de latigazos recibidos y una caricia. Además, los productores tienen dudas acerca de la verdadera sinceridad y profundidad de la convocatoria porque ya una vez padecieron la bicicleta y la amansadora del reunionismo que no lleva a ninguna parte.
La jugada del Gobierno sirvió para sacarse de encima la lupa de la sociedad y para colocarla encima de la comisión de enlace rural, que empieza a mostrar con más contundencia las grietas que siempre tuvo. Eduardo Buzzi y Mario Llambías son los más combativos, porque sus bases son las más intransigentes. Saben muy bien aquella máxima peronista de “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. Luciano Miguens es el más negociador y el que mejor diálogo tiene con la Casa Rosada, pese a que Luis D’Elía dijo que los piqueteros de Barrios de Pie “le pegaron poco“ cuando Miguens fue agredido frente a las oficinas de la Sociedad Rural y ordenó que la próxima vez “le peguen una buena patada en el culo por golpista”. Y esto no ocurrió hace un mes. Pasó el mismo día en que la Presidenta pronunciaba su discurso conciliador ante el silencio más conciliador todavía del Primer Caballero. D’Elía es la misma persona que denunció que está en ciernes “un golpe de Estado mediático y agrario” y que ya hace tiempo avisó que si había un golpe “estaba dispuesto a defenderlo con las armas en la calle”. Está casi todo dicho.
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