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CIELO Y TIERRA - ¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

Somalia, la espiral del caos

A Osama Bin Laden no le gusta el nuevo presidente de Somalia, el jeque Sharif Sheij Ahmed, un islamista moderado que cuenta desde enero con el apoyo de EE UU y Etiopía, a pesar de que le combatieron en 2006 cuando dirigía la Unión de Tribunales Islámicos (UCI, en sus siglas en inglés). Bin Laden llama a su derrocamiento en una cinta grabada "por colaborar con el infiel", es decir, la ONU, que trata de reconstruir un Estado inexistente desde 1991. Del caos surgen los piratas que atacan barcos en aguas internacionales y los grupos vinculados a Al Qaeda, como Al Shabab, milicia que domina la zona meridional del país y el sur de Mogadiscio.

Somalia ni siquiera es un Estado fallido, es un Estado inexistente. A la comunidad internacional le preocupan los piratas que capturan sus barcos, pero nadie se interesa por las causas: la miseria y corrupción, que son los motores de la guerra.

A Washington le ha costado dos años y un cambio en la Casa Blanca (Barack Obama) para entender los matices: que la única forma de combatir a los radicales son los propios islamistas; ahora distingue entre buenos y malos. La reacción de Bin Laden demuestra que el envite es serio. Funcionó en Irak (cuando EE UU pactó con la insurgencia suní) y puede funcionar en Somalia y Afganistán. El objetivo es encontrar ojos que sepan quién es el enemigo.

Fracasada la opción de los llamados señores de la guerra laicos apoyados por Etiopía, la apuesta es el jeque Sharif. En su ascenso se mimaron los detalles: coincidió con la salida del último soldado etíope arrebatando a Al Shabab su gran arma propagandística, la lucha contra el invasor.

El presidente se dispone a dar un segundo golpe: aprobar la sharia (ley islámica), en una versión moderada que permita el cine y no obligue a las mujeres a cubrirse por entero. La última vez que la UCI introdujo la sharia fue la excusa para activar la maquinaria de guerra que los expulsó del poder en diciembre de 2006.

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