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CIELO Y TIERRA - ¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

Engañapichanga

Néstor Kirchner está a punto de darle el más grande abrazo del oso, y no del pingüino, a su señora esposa desde que ella asumió la Presidencia.

Por Alfredo Leuco | 10.04.2009 | 22:29

Néstor Kirchner está a punto de darle el más grande abrazo del oso, y no del pingüino, a su señora esposa desde que ella asumió la Presidencia. Hace un par de semanas, con una ya clásica incontinencia verbal, el piquetero Emilio Pérsico instaló la génesis de la extorsión electoral en marcha: “Si perdemos le tiramos por la cabeza el gobierno a Julio Cobos”, dijo. Se supone que si, finalmente, el gobernador Daniel Scioli encabeza las listas bonaerenses del Frente para la Victoria como candidato a diputado (o secunda a Kirchner en ellas) habrán analizado qué hacer en caso de que esa boleta resulte derrotada. ¿Le “tirarán” la gobernación a Alberto Balestrini? Porque perder siempre es una posibilidad, en cualquier elección. ¿Qué pasaría en semejante caso? Entraríamos en un peligroso pantano institucional producto de lo que el constitucionalista Gregorio Badeni definió como “farsa institucional”, el propio Cobos como una “aberración” y Eduardo Duhalde como un “disparate total”.

Las malas noticias que le trajeron las encuestas parieron a un Kirchner en estado puro que quiere vaciar de contenido una elección legislativa de medio tiempo que debería ser tranquila y rutinaria. En un segundo transformó la República en una timba de jugador compulsivo. Los reflejos de Kirchner están intactos y son coherentes con su matriz autoritaria y mezquina de concentrar las ganancias y socializar las pérdidas.

Obliga a todos a que pongan el cuerpo, les pide más verticalismo y en ese mismo acto les dice sin decirlo: “Si me hundo, me los llevo puestos a todos”. Si ganan será el triunfo del proyecto del matrimonio Kirchner. Néstor será el padre de la victoria y Cristina, la madre, como si habláramos de Máximo y Florencia. Pero si la polarización extrema los perjudica, habrá sido un fracaso de todos sus actuales aliados.

Pero todavía no hay nada cerrado. Todo está en el laboratorio. Habrá que ver la magnitud de la rebeldía de algunos otrora incondicionales (como el eterno intendente de Tres de Febrero, Hugo Curto) que se niegan a ser candidatos a concejales. Un viejo caudillo peronista bonaerense definía la lealtad como “la decisión de acompañar al líder hasta el cementerio... pero nunca enterrarse con él”.

¿Cuáles son los dilemas de Néstor Kirchner? Si abandona la candidatura y deja a Daniel Scioli a la cabeza de la lista, la intención de voto sube y aumentan las posibilidades de que el Frente sea realmente para la Victoria. Scioli tiene mayor intención de voto, más imagen positiva y muchísima menos imagen negativa. Su apuesta al “optimismo dialoguista hacedor” le ha generado muy pocos rechazos. Daniel, en este aspecto, es casi la contracara de Néstor. Recoge simpatías y respeto hasta de sus posibles rivales electorales. En cambio, Néstor es un coleccionista de enemigos y despierta sentimientos revanchistas. El drama de Néstor es que si Daniel encabeza y gana, se convertirá automáticamente en el nuevo conductor de hecho del PJ, con todos los intendentes atrás bancando su candidatura presidencial. Scioli lo sabe y por eso analiza sin disgusto esta posibilidad.

No se trata solamente de lealtad u obsecuencia hacia Kirchner. Una derrota en la provincia de Buenos Aires (y en el país) dejaría colgado del pincel al gobierno de Cristina y también al provincial. Y eso Scioli también lo sabe.

La otra posibilidad, con Kirchner-Scioli a la cabeza como en 2003, tiene menos intención de voto: Néstor tira para abajo a Daniel y erosiona su buena imagen.

En caso de que las urnas les fueran favorables el 28-J, los Kirchner tendrían más aire para pilotear las fuertes tormentas económico-sociales que se avecinan.

No tan felices Pascuas está por pasar el matrimonio presidencial en El Calafate. Parece que la caja no está en orden.

Están tapados por pilas de encuestas, obsesionados por estas especulaciones del rompecabezas electoral.

Pero las demandas de gran parte de la sociedad van exactamente en sentido contrario y no hay que descartar que esto multiplique el voto castigo hacia todo oficialismo. La muerte de Raúl Alfonsín fue el catalizador que puso otra vez sobre la mesa las preocupaciones sobre la calidad institucional y la inmensa brecha entre el ciudadano común y la dirigencia política. Con su letal mordacidad, la revista Barcelona tituló: “Néstor Kirchner negó que fuera a morirse para mejorar su posición en las encuestas”.

Es que se va instalando, lenta pero inexorablemente, una sensación similar a la que se expresó con esa injusta consigna del “que se vayan todos”. Todos los partidos se igualan hacia abajo a la hora de ser irrespetuosos de las reglas del juego.

Las elecciones se cambian de fecha según la conveniencia del que las convoca. Los candidatos no cumplen sus mandatos y renuncian para ir a nuevas candidaturas o ni siquiera asumen y llegan al “éxtasis sincericida” de avisar de antemano que se someten a las urnas pero que no van a respetar el resultado porque se trata sólo de “candidaturas testimoniales”.

Todos los partidos tienen representantes que cambian de distrito como de camiseta y esas presuntas picardías que no llegan a delito se convierten en cachetadas a una ciudadanía que interpreta que “todo vale” y baja los brazos ante un sistema del que no participa ni valora. La malversación de los contratos electorales es una forma de corromper y degradar la palabra. Es la cultura del engañapichanga.

El vehículo que eligió Kirchner para anunciar esta movida –a través de CQC– habla por sí mismo. Es joda este invento que finge candidaturas como orgasmos.

Es tragicómica la manera en que la desconfianza de los argentinos hacia la democracia crece en forma geométrica. Cada día necesitamos más una restauración, aunque no conservadora sino democrática y republicana.

Una reforma electoral a fondo que prohíba todos esos atajos y truchadas electoraleras. Una forma de instalar la “tolerancia cero” a la violación constante del reglamento. Esta podría ser la piedra angular para un pacto refundador de la democracia que se realice después de los comicios y que permita el ingreso de aire puro, de credibilidad.

Gabriela Michetti y Martín Sabatella, parte de una nueva generación de políticos que se abrieron paso ofreciéndose como superadores de las viejas transas partidocráticas, deberían dar el ejemplo, volver sobre sus pasos y terminar los mandatos para los que fueron elegidos.

Y Felipe Solá tendría que renunciar a una banca conseguida en las listas kirchneristas con las que ahora confronta, para relegitimarse en las listas de la disidencia peronista. Aquellos que cumplan con la palabra empeñada y sean coherentes entre lo que dicen y lo que hacen serán reconocidos por la sociedad, más temprano que tarde. Se trataría de un camino más largo pero más sólido y hacia futuros liderazgos no tóxicos como el de Néstor Kirchner.

El patagónico se cansó de humillar y ningunear a Felipe Solá cuando éste fue gobernador. Intentó ridiculizarlo. Ya decía Perón que “el ridículo es el único lugar de donde no se vuelve” y Lenin, que “el enemigo ridiculizado es un enemigo muerto”. Escribas de Néstor se divertían descalificando a Solá como “Felipe es Felipe”. Ahora que el ex gobernador de Buenos Aires tomó otro rumbo, casi empujado por estas agresiones, para Kirchner “es un desertor que no tiene coraje” y Aníbal Fernández lo vuelve a chicanear como “Felipe II”.

En Córdoba pasó algo parecido, primero con Luis Juez y ahora con Juan Schiaretti. Es asombrosa la habilidad demostrada por Néstor para convertir en muy poco tiempo a un amigo leal de la transversalidad como el ex intendente de Córdoba en un enemigo acérrimo para toda la vida.

Ahora le reprochan al gobernador cordobés que haya elegido al flamante ex defensor del Pueblo, Eduardo Mondino, como candidato a senador. Florencio Randazzo tuvo que dar el paso de comedia: “Si el peronismo pierde, la culpa será de Schiaretti y Mondino”, dijo sin ponerse colorado. “No conozco a ese señor”, dijo recaliente Kirchner sobre Mondino.

El cordobés, al fin, retrucó con humor: “No me sorprende que no me conozca, si no conoce la Constitución”. Todo el mundo sabe en Córdoba que la irracional guerra que Néstor desató contra el campo logró que productores agropecuarios e intendentes que simpatizaban con el Gobierno nacional se hayan pasado a la oposición más cerrada y sientan repugnancia ante cualquier tufillo kirchnerista.

¿Quién será el mariscal de la derrota, entonces? Adivina, adivinador.

Exactamente lo mismo le pasó a Carlos Reutemann en Santa Fe. El senador no tiene un especial rechazo hacia los Kirchner. Pero no le quedó otro remedio que diferenciarse de ellos para conservar sus chances electorales y la alianza con sus pares agrarios.

En Mendoza se repite la historia por la condena al ostracismo al que sometieron al vicepresidente de la Nación.

El radicalismo, el cobismo y el felipismo cuyano se unieron para ganar las elecciones más por el espanto que les produce Kirchner que por el amor que se tienen.

Por eso los Kirchner han cosechado tantas negativas para correr con sus colores en la Ciudad de Buenos Aires.

Progresistas e inteligentes cuadros como Aníbal Ibarra, Daniel Filmus, Jorge Telerman y Rafael Bielsa han preferido no ir o ir mejor solos que mal acompañados. Néstor fue un gran constructor de poder político en su trepada de los dos primeros años. Y después de sacarse de encima la sombra que le hacía Roberto Lavagna, se transformó en un gran destructor de sus logros.

¿Cuál es el método de Kirchner para lograr semejantes milagros? Es una máquina de expulsar gente de su lado, incluso a sus amigos más cercanos. Alberto Fernández y Miguel Bonasso son los mejores ejemplos. A uno, Cristina no le dirige la palabra y al otro, por una suave disidencia política, le clavaron un puñal en la espalda de su historia.

El día que homenajearon a Héctor Cámpora en la Casa de Gobierno ni siquiera invitaron a Bonasso, seguramente quien más lo quería y con quien había trabajado estrechamente.

Así son los Kirchner y por eso han dilapidado tanto capital político. El rencor y la necesidad de someter al otro supera cualquier ideología. Por eso es falso el debate sobre si este gobierno es progresista o no. Este gobierno es kirchnerista.

Y el kirchnerismo es la etapa superior del resentimiento. Ahora es Graciela Ocaña la que está en el potro de tormentos, instancia previa a su salida del Gobierno.

Una de las funcionarias más honestas y progresistas que ha tenido la democracia desde su reinstauración fue abandonada a su suerte en el medio de la explosión del dengue.

Nunca antes el kirchnerismo había “entregado” un ministro o ministra a los senadores como lo hicieron con Ocaña. Antes, todos y todas habían sido “protegidos”. ¿Cuál fue el pecado de Ocaña? No levantar el pie del acelerador en su lucha contra la corrupción, pese a que Hugo Moyano le tiró el camión encima. Fue descarado lo que hicieron las fuentes gremiales esta semana.

Entre sus demandas para cuidar el empleo, metieron un reclamo de bolsillo: que Ocaña no centralice más las compras de medicamentos y que se les devuelvan 2.500 millones de pesos que son de todos los argentinos. Los medios de comunicación que edita Néstor Kirchner le dieron a Ocaña como en bolsa y, de paso, fogonearon la candidatura de Claudio Zin para reemplazarla.

Otra ministra con prestigio profesional como Débora Giorgi también es obligada a dejar jirones de su credibilidad en la defensa de lo indefendible: las cifras de la caída industrial del INDEK, ese Frankenstein cuyo autor intelectual es Néstor Kirchner y cuyo autor material es Guillermo Moreno. Los empresarios de la UIA bebieron de su propia medicina. Tantas veces aplaudieron en la primera fila los anuncios del Gobierno, tanto miraron para otro lado cuando algunos de sus pares eran atacados, tanto militaron en la conveniencia de su billetera más que en la convicción de los valores del capitalismo humanizado que ahora tienen que dar muchas explicaciones para despegarse del dispositivo kirchnerista.

Esta semana no hubo paro agropecuario ni cortes de ruta ni productores a la vera de los caminos. Ni siquiera hubo palabras duras en las declaraciones. La Mesa de Enlace se llamó casi a silencio. Sin embargo, Cristina, en lugar de aprovechar esa posibilidad los provocó dos veces. Primero les dijo, forzando la metáfora del Exodo jujeño, que los chacareros preferían incendiar la Patria con tal de defender su quintita ante el avance de un ejército enemigo. Después los calificó de patrones inescrupulosos que no hacen los aportes jubilatorios. Se nota que está abierta al diálogo y que rechaza los agravios.

Está claro que todo lo que tocó Kirchner lo contaminó de su impronta. Muchos políticos, intelectuales, periodistas, sindicalistas y empresarios, por presión o por goce, dejaron sus huellas y quedaron pegados a la complicidad. Se vienen días turbulentos. Carpetazos de los servicios nac&pop y valijas de Antonini, pero hay un final de época en marcha que está más allá de las elecciones.

Hay un esquema mental blindado con puño de hierro que se termina. La soberbia autoritaria entra en su crepúsculo. Parece atardecer pero, en realidad, amanece.

Que no es poco.

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