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CIELO Y TIERRA - ¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?

Ahora lo llaman Estados Hundidos

Miguel Olivera - 18.09.2008
En los pasillos de la City porteña ya no se habla de Estados Unidos sino de Estados Fundidos o Estados Hundidos. ¿Cómo llegamos a esto? Toda crisis financiera es una combinación, en diferentes proporciones, de los siguientes ingredientes: liquidez barata y abundante que tiene que reciclarse, innovación financiera, regulación permisiva y el fracaso de la autorregulación.

Las bajísimas tasas de interés (especialmente las tasas de largo plazo) empujaron a los inversores a buscar activos de riesgo de corto plazo. Un destino elegido fueron los mercados emergentes y, así, los bonos y las acciones de México, Brasil, Turquía y otros no pararon de subir… hasta ahora. Pero esta vez, a diferencia de la segunda mitad de los años setenta, los gobiernos de estos países no necesitaban endeudarse porque tenían superávit externo. Así que los bancos buscaron otro “tercer mundo”: los deudores hipotecarios. Y salieron a prestar.

Y prestaron por encima del valor de las propiedades, sin certificar ingresos del deudor, a deudores con mala historia crediticia, postergando los pagos de capital y a bajísimas tasas de interés. El boom inmobiliario no es una sorpresa: se podía tomar un crédito y comprarse una casa declarando ingresos que no se tenían o pagando sólo pocos intereses por varios años.

No fue todo. Se necesitaban muchos más activos de riesgo para tanta liquidez. Así que las hipotecas de mala calidad se empaquetaron en estructuras financieras llamadas “CDOs”y que, con la excusa de la diversificación del riesgo, fueron vendidas a los inversores con calidad de “grado de inversión” (investment grade) exigiendo así además menores requisitos de capital.

Cómo fue que activos de baja calidad crediticia como son las hipotecas subprime terminaron en manos de jubilados, pensionados, viudas, bancos y compañías de seguros no es un testimonio al ingenio de los financistas sino a la vista gorda de las calificadoras de riesgo y los reguladores y la avaricia de un sistema desatado que premia a los negocios independientemente del riesgo asumido y su resultado. A los banqueros centrales y a los reguladores les tiembla el pulso cuando se trata de pinchar las burbujas financieras con medidas contundentes.

¿Cómo sigue? Hasta aquí, los bancos en todo el mundo tomaron pérdidas por más de 500 mil millones de dólares, más de la mitad corresponde solamente a los bancos norteamericanos. Equivale a una vez y media el producto interno bruto anual de la economía argentina. Y esto no alcanza. El FMI estimó pérdidas de casi un billón de dólares sólo para Estados Unidos (por las dudas, un 1 seguido de 12 ceros). Si Europa y el resto del mundo agregan otro tanto, resulta que sólo se reconoció un cuarto del problema.

No sorprende que la Reserva Federal tenga que rescatar a aquellas entidades que ponen en riesgo la salud (ya bastante de deteriorada) del sistema financiero. Bear Sterns y AIG tenían, a través del mercado de derivados de crédito, ramificaciones por toda la economía. En unos pocos meses, tres de los cinco bancos de inversión más importantes de Estados Unidos desaparecieron (Lehman y Bear Sterns) o fueron comprados (Merrill Lynch). Lo que está en discusión es justamente el modelo de bancos de inversión que encuentran su financiamiento no en los depósitos, una fuente muy estable, sino en el mercado de capitales, una fuente muy volátil. Es por eso que hay más esperando cama en la terapia intensiva. Los contribuyentes de los Estados Unidos tendrán que poner mucha plata en el futuro: el Tesoro (algo así como el Ministerio de Economía) ya anunció la emisión de letras y bonos para reforzar la capacidad de intervención de la Reserva Federal. Y pagan los yanquis y todos los que compran bonos a tasas bajísimas, incluyendo al gobierno chino.

Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, dos economistas insospechados de heterodoxia, compararon lo que va de esta crisis con el promedio de 18 crisis financieras en países desarrollados, 5 de las cuales fueron grandes crisis. La comparación histórica sugiere que la crisis tiene por lo menos dos años por delante si no es grande y tres años si lo es. En el caso de una crisis grande, la caída en el PBI entre el techo y el piso es de 5 puntos porcentuales. Ni hablar si se parece a una megacrisis, como la de los años 30. Todo sugiere que la economía de los EE.UU. tiene todavía un camino hacia abajo. Y con ella los commodities.

Es el fracaso de la regulación permisiva y confirma que los mercados no pueden autorregularse.
Fuente: Crítica Digital

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